¿Va a volverme estúpido la Inteligencia Artificial?
Tengo que admitir que desde que se empezó a hablar de ChatGPT y la IA generativa he sentido mucha curiosidad y he experimentado mucho con ella. He utilizado la IA para un montón de cosas: mejorar mis textos, tanto en inglés como en castellano; utilizarla para reflexionar o diseñar iniciativas (como este blog) como punto de partida y recibir ideas antes de empezar un proyecto o un análisis; para recibir feedback sobre un análisis que había hecho y que me ayudara a detectar sesgos o aspectos que no había tenido en cuenta; o para diseñar materiales para las que eran mis alumnas en la universidad. También la he usado para cosas más banales, como hacer el menú para la semana y la lista de la compra, o para que me sirviera de guía en un videojuego.
Mi posición sobre la IA se aleja, obviamente, de las visiones más “luditas” contra ella. No se me escapa que no dejan de ser máquinas que existen gracias al trabajo humano que las crea y las programa, que son capaces de dar respuestas gracias a que se alimentan de la obra, el contenido y los datos que generamos millones de personas, y que tan solo funcionan porque al final de la cadena hay un ser humano que genera una serie de instrucciones. Mi posición se aleja también de los tecnooptimistas. No eludo tampoco que hay cuestiones muy graves y que es urgente resolver respecto a la propiedad intelectual, la privacidad y la sostenibilidad, pero, aun así, admito que uso mucho la inteligencia artificial.
Últimamente, en mis redes sociales, personas a las que aprecio comparten artículos contrarios a la IA señalando estudios, como este del MIT, que muestra menor conectividad cerebral y capacidad de recordar el propio trabajo cuando se usa la IA para redactar textos. También he visto referencias a un estudio sobre profesionales de la endoscopia, que veían reducida su capacidad de diagnosticar tras un tiempo utilizando la ayuda de la IA para hacerlo. Y la verdad, tengo que admitir que me da un poco de miedo que algo así me pase en mi ámbito profesional.
Y esto me sugiere algunas reflexiones:
En primer lugar, ¿hasta qué punto usar cualquier herramienta no nos hace dependientes de ella? No sé si alguien que lea esto será capaz de hacer una raíz cuadrada un poco compleja sin calculadora, pero yo no. Para hacerla en papel, tendría que refrescar con una búsqueda en Google, en YouTube o, ironías de la vida, preguntarle a la IA. ¿Significa entonces que la calculadora me ha robado mis funciones cognitivas? Y, en el caso de que sí, ¿debemos abandonar su uso?
Siguiendo con esta reflexión, me acuerdo del reciente apagón en España y de cómo se me hicieron algunas cosas muy difíciles: no tener casi dinero en efectivo y, por tanto, no poder comprar, tampoco en el banco podían darme efectivo porque no tenían electricidad. Otra cosa divertida fue cuando me hice con una radio a pilas: no recordaba que había que ponerle unos cascos o un cable para que hiciera de antena si no la tenía, y durante un rato pensé que la radio estaba estropeada.
Al mismo tiempo que me hago consciente de los peligros de la dependencia tecnológica, también me planteo una cuestión que pone de manifiesto el informático y empresario chino Kai-Fu Lee, autor de una interesantísima y visionaria obra, Superpotencias de la inteligencia artificial. Él plantea que la IA no solo sirve para sustituir el trabajo humano en aquellas tareas fácilmente automatizables y que no requieren empatía, sino que puede hacer algo distinto: ampliar nuestras capacidades en aquellas que siguen necesitando de una mente humana.
Y es de esta manera en la que, al menos yo, intento usar la IA.
Cuando leáis este texto, lo habré pasado por ChatGPT para que corrija los posibles errores que haya cometido al redactarlo (gramaticales y ortográficos) y, claramente, le demandaré a la IA que mantenga el tono y estilo con el que está escrito y que me explique los cambios que ha hecho y por qué. Revisaré meticulosamente cada párrafo para asegurarme de que ninguna de mis ideas se ha perdido o pervertido, al tiempo que posiblemente ahorro tiempo y mejoro el resultado. Si queréis, aquí tenéis el prompt, aunque me he pasado de estricto en las limitaciones que le he impuesto y, por eso, no ha corregido algunos errores que he detectado cuando incluía sus correcciones.
Otro ejemplo de cómo intento usar la IA para ampliar mis capacidades es el post del otro día sobre a quién le preocupa la vivienda. Podría haber dedicado horas a reaprender lo poco que sabía de R; incluso podría haber desistido de reaprenderlo y haber hecho muchos de los cálculos usando las tablas que da el CIS y Excel. También, muy posiblemente, me habría llevado más tiempo del que invertí; no habría revisado algunas cosas del R, y habría habido algunos cálculos que quizás no habría podido hacer porque para ello necesitaba los microdatos; quizás hubiera tirado la toalla. Una anécdota aquí: en un par de ocasiones pillé a ChatGPT interpretando un poco libremente mis instrucciones y la codificación de ciertas variables. Incluso después de publicado el post, hubo un momento de pánico porque pensé que me la había colado con una de las variables. Finalmente me di cuenta de que no, que estaba todo correcto, pero aquí una gran lección: una visión no fetichista de la IA implica hacerse completamente responsable de los resultados que ofrece y revisarlos con la misma minuciosidad con la que revisamos el trabajo que hacemos con otras herramientas o manualmente.
Otra cuestión para la que la uso es para corregir mis textos en inglés. Y sí, digo corregir. Tengo un nivel B2 de inglés, leo bastante bien, converso razonablemente y, sin embargo, me aterroriza escribir: cometo muchísimos fallos, escribo mal las palabras y todo eso me causaba bastante parálisis. La tentación de escribir en castellano y pedirle a la IA que lo traduzca es altísima; sin embargo, he decidido usarla de otra forma, que es forzándome a escribir en inglés, con la tranquilidad de que luego lo paso por la IA, le pido que lo corrija y me explique mis errores. Tardo más que si la IA me lo tradujera directamente, pero tengo más control sobre mis textos y, además, espero ir mejorando poco a poco mis capacidades.
Y aquí el último ejemplo, porque otra vez me sale un post eterno, con el ejemplo de uso del que más orgulloso me siento. Este año ha sido probablemente mi último año, al menos por el momento, como profesor en la Universidad Complutense y, aunque cuando lo hice no lo sabía, decidí hacer un experimento: grabé todas mis clases y cada semana las transcribía usando una IA; a continuación pasaba la transcripción a otra IA junto con los textos y la presentación que había usado para preparar la clase, y le pedía que hiciera unos apuntes; después revisaba manualmente los apuntes, añadiendo y corrigiendo lo que no me gustaba, y por último se los daba a otra IA para que hiciera una valoración. Gracias a la IA he podido entregar cada semana a mis estudiantes unos apuntes de cada sesión que les servían para preparar el examen y, si siguiera dando clases, esos apuntes, con leves ajustes, habrían servido a decenas de estudiantes en los siguientes años. ¿Me habría sido posible hacer una cosa así sin ayuda de la IA? Claramente, no.
Vamos a tener que debatir mucho, ahora y durante los próximos años, sobre la inteligencia artificial. Es una tecnología que me produce fascinación por las posibilidades que solo empezamos a vislumbrar y que, al mismo tiempo, me mantiene en guardia por las consecuencias que tiene y tendrá en el futuro. Lo único que tengo seguro, y sin creerme yo libre de todo sesgo, es que debemos afrontar esa conversación sin apriorismos y teniendo en cuenta que cualquier tecnología solo es plenamente beneficiosa cuando la gobernamos democráticamente.
Nota: La imagen que ilustra el post es de MR1313, sacada de Pixbay
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