Veto Vecinal

La AEMET ha dado la primera alerta por altas temperaturas de la temporada.

En el cosmos jurídico y sentimental de la comunidad de propietarios hay una figura ineludible: el vecino malasangre -salude, señor Semprún-. No es necesariamente el presidente ni el que más grita en las juntas, pero sí es el que ha decidido —por soberbia o por simple afición a la bronca— que tú no vas a poner ese aparato de aire acondicionado. Ni en la fachada, ni en el patio, ni en un hueco disimulado. Su cruzada no tiene que ver con el calor, sino con la norma como herramienta de castigo personal., porque tu eres el nuevo, y él, como diría Sabina, antes de volverse gilipollas, Capitán General de la Escalera.

El marco legal es claro: la instalación de un equipo de aire acondicionado en elementos comunes del edificio (como la fachada, cubiertas o patios interiores) requiere la aprobación de la comunidad de propietarios, tal como establece la Ley de Propiedad Horizontal, artículo 7.1. Esta aprobación debe alcanzar las tres quintas partes del total de propietarios y cuotas, lo cual, en edificios grandes y tensos, es directamente pedirle velas a San Judas Tadeo.

Aquí es donde entra nuestro protagonista: ese vecino que no se opone por razones técnicas, ni porque el aparato le moleste, ni siquiera porque le afecte en lo más mínimo. No. Se opone porque puede y porque quiere. Porque la ley, con sus mayorías reforzadas y su retórica democrática, le otorga un poder de veto que ejerce con saña. Se opone porque sospecha que tú, al poner un compresor en la fachada, estás violando un orden estético milenario. Porque considera que el edificio “no es un mercadillo de tubos”, aunque tenga el cable de la antena parabólica de Canal plus colgando desde 1994. Porque, sencillamente, no quiere que te salgas con la tuya.

Y ojocuidado: no hay defensa racional contra este tipo de oposición. Puedes presentar informes técnicos, demostrar que no afecta a la estructura, que el ruido es imperceptible, que el goteo se recoge en depósito sellado. Puedes incluso ofrecer pagar tú mismo el revestimiento para que quede integrado. Da igual. Él votará en contra. Lo anunciará con solemnidad. Y si es preciso, lo llevará a los tribunales. Porque no hay placer más refinado que judicializar el confort ajeno.

Pero aún hay más. La legislación municipal en Madrid añade una capa extra de complejidad (y cinismo) al asunto. El Ayuntamiento, en su cruzada por el orden urbanístico, obliga —en la medida de lo posible— a instalar los aparatos de aire acondicionado en las cubiertas del edificio. Esto figura en las Normas Urbanísticas del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid (PGOUM 1997). Las cubiertas son, según el consistorio, el lugar idóneo para concentrar estas unidades sin afectar la estética de la fachada ni el bienestar vecinal.

El problema es que, en la práctica, las cubiertas no siempre están disponibles. A menudo son inaccesibles, no tienen preinstalación alguna y, lo más frecuente: el acceso está limitado o directamente prohibido por los propios estatutos de la comunidad o por esa misma junta de propietarios que no quiere que toques ni una teja. Y si se propone una instalación colectiva (solución ideal), entonces el vecino malasangre se transforma en constitucionalista, defensor de la propiedad individual e invocador de costes imaginarios para vetar el proyecto.

Así que te ves atrapado. La ley estatal exige permiso para tocar la fachada. La municipal exige que no la toques, y que lo pongas en un sitio al que no te dejan subir. Y el vecino malasangre —que ya tiene aire desde hace años, pero lo instaló “cuando no se pedía tanto papeleo”— te niega la autorización con una sonrisa afilada.

¿Y si instalas sin permiso? Te arriesgas a que la comunidad te denuncie, te obligue a desmontarlo, te reclame daños y perjuicios y, si hay ganas, te lleve a juicio. ¿Y si esperas una mayoría favorable? Ya sabes quién la va a bloquear. ¿Y si te acoges a un supuesto de tolerancia generalizada? Harán limpieza selectiva, dejando solo tu aparato a la intemperie jurídica. En el ecosistema vecinal, la coherencia no cotiza.

Todo esto nos lleva a una conclusión tan previsible como deprimente: la Ley, cuando se combina con el espíritu rencoroso de ciertos propietarios, deja de ser garantía de convivencia y se convierte en instrumento de represión microdoméstica. La comunidad ya no decide qué es mejor para todos, sino qué es lo peor que puede hacerte sin salirse del marco legal. -Ya podía haberse ido este malnacido a vivir al campo-

La legislación pretende ordenar, pero habilita bloqueos absurdos. Las ordenanzas urbanas quieren preservar la estética, pero a costa del confort. Y el vecino malasangre, amparado por esa mezcla de derecho y desgana colectiva, impone su ley del hielo con una votación de voz firme y moral dudosa.

¿Soluciones? Sí, pero frágiles. Algunas comunidades permiten instalaciones si no hay oposición expresa durante un plazo razonable. Otras han reformado sus estatutos para permitir aires en patios o fachadas secundarias. También hay casos en los que los tribunales han reconocido el abuso de derecho cuando la oposición es manifiestamente injustificada. Pero no son la norma. Son la excepción judicial en un mar de reglamentismo vecinal.

Mientras tanto, tú sudas. Pero ya no es una metáfora. Porque los veranos en Madrid han dejado de ser una incomodidad estacional para convertirse en un riesgo sanitario. Porque en esta ciudad, como en tantas otras, vivir sin aire acondicionado empieza a ser un lujo que ya no se puede permitir. No hablamos de capricho ni de confort, sino de salud. De ancianos solos en pisos interiores. De niños que no duermen. De trabajadores que teletrabajan en un horno legal.

Y, aun así, la normativa parece redactada en otro siglo. Se exige una mayoría cualificada para colgar un compresor en la fachada, mientras las temperaturas baten récords año tras año. La ley no ha entendido aún que el clima ha cambiado. Pero el cuerpo sí. El cuerpo, que late lento, que se agota, que no regula más de 38 grados sin ayuda.

Así que no se trata de estética ni de reglamentos. Se trata de adaptarse o padecer. Y mientras haya vecinos dispuestos a vetar por costumbre y normativas que aún creen que el verano es una anécdota, seguirán muriendo más personas por olas de calor que por incendios.

Eso también debería estar en el acta.

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