Let’s kill Hitler!

Un viajero del tiempo se planta en Braunau am Inn en mayo de 1889, con un arma, un plan sencillo y la convicción de que, matando a Adolf Hitler en la cuna, se evitarán millones de muertes. Esa premisa —el famoso dilema de “matar a Hitler antes de su ascenso al poder”— funciona como atajo narrativo para explorar la culpa, la ética y las paradojas del viaje temporal. Es uno de los tropos más comunes de la Ciencia Ficción.

Pero si repasamos la literatura, la televisión y otros medios, queda claro que la respuesta dramática que suelen ofrecer estas obras es una de las dos cosas: o el intento fracasa por paradojas y autoconservación de la línea temporal, o la “solución” tiene consecuencias peores o, cuando menos, inesperadas, dependiendo de si nos encontramos en un marco determinista o no.

En Making History, la novela de Stephen Fry, 1996, los protagonistas logran evitar que Hitler nazca; pero la historia no mejora: otro líder igual o más siniestro ocupa su lugar y el mundo resultante no es la utopía esperada. Fry usa la premisa para desmontar la fantasía de la “solución simple” y mostrar la complejidad de las contingencias históricas

En televisión, la versión más directa llegó en el revival de The Twilight Zone (episodio “Cradle of Darkness”, 2002), donde una mujer es enviada para asesinar al bebé Hitler. La historia juega con la empatía y la incapacidad del agente para cometer el acto; cuando finalmente alguien mata al bebé, otro niño es colocado en su lugar —o la acción no cambia el curso—, con lo que la lección es clara: la historia resiste o se reajusta y el “mal” persiste en otras formas. Esa moraleja —la dificultad o imposibilidad de borrar el mal por medios simples— vuelve una y otra vez.

El tropo también aparece como broma o sketch: desde sketches de Robot Chicken, Dcotor Who o Family Guy hasta escenas post-créditos en la segunda película de Deadpool . Incluso políticos y columnistas han usado la pregunta como dilema público, lo que demuestra su potencia retórica fuera de la ficción: la cuestión fue objeto de debates masivos y encuestas en los medios, lo que alimentó más ficciones y discusiones éticas.

¿Por qué es tan atractivo el tropo? Primero, porque condensa en una sola imagen el conflicto moral último: ¿está permitido matar a un niño para salvar a millones de inocentes futuros? Segundo, porque es terreno fértil para jugar con las reglas del viaje temporal: si cambias el pasado, ¿qué pasa con tu presente? ¿Surge una línea temporal alternativa? ¿Se genera una paradoja que impide el cambio? Estas preguntas permiten que la ficción haga lo que la filosofía hace con ejemplos: forzar intuiciones y mostrarlas tensas.

Hay tácticas narrativas repetidas en todos los ejemplos:

La subversión moral: el héroe descubre que matar a un niño, aunque sea “por el bien”, lo corrompe;

La paradoja física: reglas de consistencia temporal (p. ej. Novikov) hacen que el intento se neutralice o cause el surgimiento de la misma figura en otra forma;

El resultado peor: la eliminación de Hitler abre un vacío que llena alguien más brutal o sistemas que producen males diferentes pero comparables. Estas estrategias permiten a la ficción criticar tanto la fantasía simplista de la “solución” como la fe ingenua en la causalidad única de la historia.

¿Por qué tantas finales “malos”? En términos narrativos y filosóficos hay razones sólidas. Desde la perspectiva moral, matar a un inocente —aunque sea para salvar a otros— problematiza la idea utilitarista cuando se incorpora la fragilidad humana: la mayoría de las historias quieren que el lector/espectador cuestione la justificación de la violencia preventiva. Desde la perspectiva de la ficción científica, si el viaje temporal es posible y coherente, los autores deben lidiar con la lógica: la física ficción adopta principios (paradoja, consistencia, multiversos) que suelen empujar la trama hacia la conservación del statu quo o hacia resultados imprevistos. El efecto dramático es doble: se evita una solución “mágica” y se obliga al público a confrontar la complejidad real de las causas históricas.

Pero también hay una dimensión psicológica: la imagen de un bebé que se acabará convirtiendo en Hitler es un espejo incómodo. ¿Qué nos dice de nosotros querer o no querer matarlo? ¿Somos utilitaristas, deontologistas, sentimentalistas? La ficción usa ese espejo para forzar la autocrítica social: muchas obras muestran que la “venganza” o la eliminación selectiva suele estar teñida de prejuicio, error o arrogancia moral.  El tropo del viajero que viaja al pasado para matar a Hitler funciona como catalizador dramático porque concentra ética, historia y ciencia ficción en una sola imagen. Pero la lección recurrente de la cultura pop es que la bala que pretende prevenir el mal no es jamás una bala mágica: falla, induce paradojas o genera resultados peores. Más que una apología del determinismo, estas historias suelen ser advertencias: la historia es compleja, la violencia preventiva es moralmente ambigua, y jugar a ser juez del pasado es, en la ficción, casi siempre una idea que sale mal.

Y por todo lo anterior, creer que con el asesinato de un tipo como Charlie Kirk se solucionan las causas subyacentes que lo hicieron inmensamente popular es un error: su visión y el odio que promovió lo sitúan moralmente al nivel de las figuras más perniciosas de la historia; pero, como muestra el tropo del bebé Hitler, quitar de en medio a un individuo no borra las estructuras que generan ese mal: los vacíos se llenan y las raíces permanecen. ‘Otros vendrán que bueno te harán’; y, para colmo, Tyler Robinson ha ayudado a convertirlo en mártir.n mártir.

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