NO GIRLS ALLOWED!

Games Workshop ha anunciado esta semana un nuevo set de cabezas de marines espaciales en el que, a simple vista, algunas parecen femeninas. Todo lo femenina que puede ser una mujer transhumana sometida a los espantosos procesos quirúrgicos y de lavado de cerebro necesarios para fabricar una Adepta Astartes.

Fiel a su estilo, GW no ha dicho ni mu. No confirma, no niega, solo observa. Están nadando y guardando la ropa. Miran de reojo al fandom para medir la temperatura antes de mojarse. Si la cosa explota, siempre pueden decir que fue un error y que no eran mujeres, sino asiáticos raros.

Porque la sempiterna bronca sobre los “marines espaciales mujeres” en Warhammer 40,000 no va de trasfondo. Va de dinero. Y de cultura. Y de quién manda en el imaginario cuando una franquicia nacida en los ochenta quiere seguir vendiendo plástico en el siglo XXI.

Games Workshop es una empresa -¡sopresa!-. No una hermandad de caballeros templarios del hobby, ni una secta dedicada al Emperador. Es una compañía cotizada en bolsa, con accionistas, balances trimestrales y un instinto comercial más afilado que cualquier cuchilla de modelismo. Durante décadas, su negocio se basó en venderle a un perfil muy concreto: varón, blanco, friki de adolescencia larga, con poder adquisitivo. No hacía falta complicarse más: eso funcionaba. Los marines espaciales eran hombres porque nadie, en Nottingham, se planteó que pudieran no serlo.

El universo nació con testosterona de serie. El lore se escribió para vender miniaturas, no para sostener dogmas teológicos. Cuando se endureció con los años, no fue por coherencia narrativa, sino porque la fórmula funcionaba. Los códex, las legiones, los primarcas… todo servía para un único fin: mantener las luces encendidas. Y si algo no daba dinero, se borraba. Así de sencillo.

Pero el mundo cambió. La cultura friki dejó de ser un refugio de cuatro tipos que no se duchaban y se convirtió en un mercado masivo. La vieja guardia envejeció y la empresa, que de tonta no tiene un pelo, empezó a tantear otros perfiles de cliente. Las campañas de marketing se hicieron más inclusivas, aparecieron personajes femeninos en otras facciones, y, sobre todo, empezó a insinuar que quizá, algún día, podrían existir marines mujeres. No lo hizo por militancia feminista. Lo hizo porque el Excel le dijo que convenía tantear el terreno.

Y entonces ardió el fandom. Literalmente. Foros, Reddit, Twitter, YouTube: el pequeño ejército de gatekeepers del canon se levantó en armas digitales. Como siempre, con la misma letanía: “no es canon”, “nos quieren imponer ideología”, “esto es política”. Como si Warhammer no hubiera sido político desde el minuto cero, como si un universo que glorifica en su sátira despiadada teocracias fascistas, exterminios y cruzadas imperiales fuese apolítico por naturaleza.

La realidad es que buena parte de esa reacción no huele a lore: huele a sobaco. Y a sudor de huevos. No en sentido figurado, sino literal. Es el olor rancio de cierta parte del fandom: los que siguen convencidos de que Warhammer es su club, su cueva de machos autoelegidos, su patio cerrado donde nada cambia desde que tenían 14 años y llevaban camisetas de Judas Priest -Con mis saludos y respetos al tío más gay del universo, Rob Halford-. Para ellos, ver una mujer con servoarmadura no es un cambio de trasfondo. Es una afrenta personal.

Pero Warhammer no es sólo ese fandom rancio-. Hay una comunidad enorme y creciente que no solo acepta la inclusión: la celebra. Jugadoras, personas queer, racializadas, y también muchos tíos que no necesitan sentirse protagonistas únicos para disfrutar un juego de muñequitos. No son minoría ruidosa: son mayoría silenciosa, pero cada vez más visible. Y son, no casualmente, el público al que GW quiere venderle el futuro de su marca.

Por eso la empresa no ha dicho “sí” ni “no”. No ha proclamado un giro histórico ni ha cerrado la puerta. Juega a lo suyo: tantear el mercado. Sabe que si lanza marines mujeres de golpe, habrá escándalo… pero también ventas. Sabe que si no lo hace, la polémica le sirve igual: mantiene a los ofendidos gritando y a los nuevos públicos expectantes. Un win–win de manual. El Emperador no manda: manda el beneficio neto.

Y este no es un caso aislado. Es un capítulo más de la guerra cultural que atraviesa toda la cultura pop. Lo mismo pasó con las jedis mujeres en Star Wars, con los elfos racializados en The Rings of Power, con las protagonistas femeninas en The Last of Us Part II. Siempre la misma coreografía: una parte del fandom grita que “les han robado su infancia” cuando lo único que ocurre es que han dejado de ser el centro del universo cultural.

Games Workshop no va a decidir este debate desde la moral, ni desde la coherencia narrativa. Lo hará desde el balance trimestral. Si lanzar marines mujeres amplía su mercado, lo hará. Si no, no. Así de simple. El lore es maleable, el Excel no.

La batalla real no se libra en los códex ni en los foros de trasfondo. Se libra en el campo cultural. Entre quienes quieren que el universo de Warhammer siga oliendo a sótano cerrado de los noventa, y quienes quieren que sea un espacio más amplio, diverso y, sobre todo, vivo.

Si algún día aparecen marines mujeres en el catálogo oficial, no será porque GW haya visto la luz. Será porque ha visto la oportunidad de negocio. Y si no aparecen, no será por respeto al canon, sino porque los números no salen. El Emperador podrá seguir sentado en su trono dorado, pero el que decide es el mercado.

Sobre el aborto

El PSOE, no el Gobierno, ha anunciado esta mañana su intención de blindar constitucionalmente el derecho al aborto. No han faltado quienes lo han saludado como un paso histórico en la defensa de los derechos de las mujeres. Conviene ser claros desde el principio: el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo es irrenunciable y debe estar protegido. Nadie que se diga demócrata debería cuestionar que una mujer pueda interrumpir un embarazo sin ser criminalizada ni empujada a la clandestinidad. Dicho esto, hay que mirar detrás del telón: lo que se presenta como una reforma constitucional es oportunismo político.

No es la primera vez que se plantea el blindaje. Sumar lo propuso hace meses y el PSOE lo rechazó porque no había apoyo parlamentario. Tenían razón entonces, y la siguen teniendo ahora. La diferencia es que en esta ocasión el PSOE ha hecho suyo el argumento, no porque los números hayan cambiado, sino porque necesita airear otra conversación. El juicio de la mujer del presidente, las investigaciones sobre su hermano, la falta de presupuestos, la crisis diplomática con Palestina. Todo queda en un segundo plano cuando se invoca la Constitución. Lo que hace unos meses era inviable, hoy se presenta como bandera.

El problema es que para reformar la Constitución no basta con un titular. Se necesitan mayorías reforzadas que este Gobierno ni siquiera puede soñar. Ni PSOE, ni Sumar, ni los aliados habituales suman los votos necesarios. Y para mayor paradoja, algunos de esos aliados —PNV, Junts— se encuentran en el lado contrario en este asunto. No comparten la defensa del aborto como derecho fundamental y menos aún su blindaje. La geometría parlamentaria con la que el PSOE sobrevive en otros terrenos aquí se desmorona. Y lo saben perfectamente.

La política no es un eje simple de izquierdas y derechas. Tampoco una cuadrícula que se ordena de manera estable. Es más bien una esfera donde cada conflicto abre un frente propio. En esa esfera, quien ayer era aliado puede ser adversario mañana. El aborto muestra esa fragilidad con toda claridad. El PSOE vende la ilusión de una izquierda cerrada en bloque en torno a este derecho, pero en el terreno real sus apoyos se disipan.

En la otra orilla, la derecha sigue atrapada en su moral de sacristía. El Partido Popular lleva años en equilibrio inestable: no se atreve a derogar la ley vigente, porque sabe que el rechazo social sería contundente, pero tampoco se atreve a defender el derecho de las mujeres de manera frontal, porque teme perder el voto conservador. Se refugia en plazos, límites y matices técnicos, pero debajo permanece una visión paternalista y condescendiente. Vox, en cambio, no necesita disfraces: exige la prohibición y la penalización. Su proyecto es claro, devolver a la mujer a la tutela del Estado y de la Iglesia.

En este paisaje, el PSOE lanza su propuesta. No como un proyecto serio, porque un proyecto serio necesitaría negociación, pedagogía, pactos que no existen. Lo lanza como globo sonda, como titular que distrae. Se invoca la Constitución como si fuera un talismán capaz de purificar la agenda política. Pero la Constitución, incluso esta que a menudo se siente lejana, no es un decorado de campaña. Es la norma suprema, y si la tenemos es para cumplirla, no para usarla en la pantomima del poder.

El aborto merece blindaje, pero no de esta manera. No como artificio. No como un anuncio destinado a los telediarios. Lo que merece es un proceso político serio, transparente, apoyado en consensos que hoy no existen. Una mayoría parlamentaria que solo puede construirse con tiempo, diálogo y pedagogía social. Mientras tanto, el derecho al aborto ya existe en nuestra legislación, respaldado por la jurisprudencia constitucional y por la voluntad mayoritaria de la sociedad. Lo que necesita no es un titular, sino recursos efectivos en la sanidad pública, formación en el sistema educativo y garantías contra quienes buscan erosionarlo desde tribunales, parlamentos autonómicos o mediante la objeción de conciencia que, en comunidades como Navarra o ciudades como Ceuta, hace imposible abortar en un hospital público.

El daño no es que el blindaje no prospere. El daño es que se utilice como humo. Convertir la Constitución en juguete electoral erosiona su legitimidad. Convertir los derechos de las mujeres en herramienta de distracción degrada la política. Si algún día España decide abrir la Constitución, debe hacerlo en serio, con la solemnidad y el consenso que requiere. Si no es posible, lo honesto es reconocerlo y, mientras tanto, trabajar para que el derecho a decidir sea real en la vida cotidiana: en un centro de salud, en un hospital, en cada territorio del país.

Si el PSOE quiere blindar algo, que blinde la posibilidad de abortar en cualquier hospital del país. Y que deje la Constitución fuera de sus trucos de magia.