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El tradicional post de “Siento llevar un año sin publicar”

IRA 100%

            Llegas a casa. Arrojas la bolsa contra la cama mientras te dejas caer en la silla del ordenador. El estrépito que sale de la misma por el chocar de cubiertos y tuppers, despierta a lo lejos la voz de tu compañero de piso.

            – Eh, tío

            – ¡Eh! – respondes en un deje. Respuesta fática. La mitad de la vida nos la pasamos comprobando que existe un canal de comunicación más que aportando conversación. Smileys estúpidos de gatos. Cacas sonrientes del WhatsApp. “Me gustas” en Facebook, bajo a niños desnutridos del tercer mundo o fetos en un cubo de basura. Todo bajo la mirada obsesiva de la hora de la última conexión o del doble check azul de otra persona.

            Eres la gente que odias. Eres parte de una sociedad que rechazas. Eres un mendigo más a fin de mes, con un trabajo en el que se te infravalora. Eres tú pensando todo eso, sentado en la silla de tu habitación imaginando tu furia como textos de Chuck Palahniuk o Nick Hornby, que enseguida olvidas.

            Tomas un café y ya todo parece mucho mejor porque vuelves a dibujar.

 

IRA 50%

            Llegas a casa. Dejas tus cosas sobre la cama mientras te dejas caer en la silla y enciendes el ordenador. El ruido de los cubiertos te recuerda que vas a tener que lavarlos. No estás solo, porque tu compañero de piso hoy no ha ido a trabajar.

            -Eh, tío.

            -¡Eh! – respondes.

            Te replanteas muchas de las conversaciones del día de hoy. Como cada día a estas horas, te imaginas tomando a partir de mañana decisiones profesionales diferentes. En tu mente, Morgan Freeman es la voz en off que hace salvable la rutina de tu trabajo mientras lo realizas.

            Tomas un café y ya todo parece mucho mejor porque vuelves a dibujar.

 

IRA 0% y de cañas con la gente

            Llegas a casa. Con una voltereta mortal dejas las cosas sobre la cama. En el mismo movimiento enciendes el ordenador, caes sobre la silla, te quitas las zapatillas, te pones ropa cómoda, cuelgas la colada, imaginas un sistema para sacar agua en el desierto y demuestras que Hello Kitty realmente es un gato.

            – Eh tío – gritas a tu compañero de piso. Porque vives con más gente y piensas que si se pierde la educación, pues a tomar por culo. Además, es feo que se note que te has ido de tintos de verano en la comida; y tú disimulas de puta madre, pese a que sea un don que no te reconoce nadie. Te pones a pensar que cómo se sabe quién disimula perfectamente. Que si alguien es tan bueno disimulando el mero reconocimiento de que se disimula es no disimular en sí; y por tanto, solo puede afirmar haber sido el mejor disimulador hasta el momento de la entrega del premio. Así que la entrega del premio al mejor disimulador es básicamente una jubilación anticipada de dichos profesionales del puesto número uno. Esas cosas.

            -¡Eh! responde tu compañero de piso mientras hace aspavientos porque estás como ido. 

            Piensas que cuando decidas escribir un libro lo harás de puta madre. Que no empiezas porque no tienes tiempo. Que siempre se puede empezar desde cero y que vas a empezar a tomar decisiones complicadas. Que valorarás si te hacen sentir realizado o no. Que le jodan a las facturas. Sobrevivir está sobrevalorado.

            Tomas un café y ya todo parece mucho mejor porque vuelves a dibujar

Informático. Cómo no.

Los departamentos de IT, Sistemas, de cualquier empresa tienen la labor social de aunar gran parte del frikismo de la sociedad. Es una verdad como un templo. Una verdad peyorativa. Gente que está ahí lo mismo resolviéndote problemas como haber cambiado la fuente de Word a tamaño «Tengo un problema de pene pequeño» hasta del tipo «La sede norte de tu compañía está en llamas y los trabajadores bailan desnudos a su alrededor y no te invitan a participar»

Decir que toda la gente rara está en Informática es como decir que todas las tías de Recursos Humanos están tremendas o que las de Facturación no sabe cerrar las piernas. Verdades parciales. Y todo lo parcial es triste. Inacabado. Si al final dejamos que nuestra percepción social se guie por un consenso de mínimos, nos quedamos con los alegres chascarrillos de siempre. Los andaluces son graciosos. Los catalanes agarrats (no sé si existe, pero me lo invento para que suene a catalán). Los vascos se llaman Patxi. La gente de Extremadura es de Extremadura. A la gente de Madrid dejadnos en paz. Demasiado tenemos con albergar la Moncloa, el Constitucional, el Supremo, Telecinco y un lema titulado «De Madrid al Cielo» pero descubrir que no te dejan hacer que nada salte por los aires. Qué es un lema si no puedes glorificarlo: un tópico. Os lo dije.

 

En sistemas podemos parecer gente sin alma. Lo somos. El alma es un absurdo. El alma ocupa un espacio donde puedes almacenar 32GB de nuestra serie favorita, videos de gatos y cosas que no sabes ni como han llegado ahí (Discografía de el Fary, ¿Hola?, ¿en qué parte del proceso préstamo del USB has llegado ahí?).

Hablando con un compañero sobre estos clichés nos dimos cuenta de algo. Sistemas no es tan diferente de otros departamentos. Nuestras sensibilidades son diferentes. Pero somos iguales Dejadme ilustraros con este ejemplo:

 

Corro de mujeres (y algún macho gamma) agazapados en la segunda planta alrededor de alguien.

– Oh que mono.

– Oh que cosa.

– Oh que pequeñito es.

– Os tengo que traer el mío para que lo veáis.

En medio de la pequeña multitud, un orgulloso progenitor enseña fotos de su hijo, posiblemente de pocos meses de edad. Aún a catorce años de distancia de apuntarse a Tuenti y ser el generador de un desenfreno de decepciones en cascada que se remontan a una sencilla frase «Tengamos un hijo tan listo como yo y tan guapo como su madre»

 

Corro de varones (y algún mujer) agazapados en la primera planta alrededor de alguien.

– Oh que mono.

– Oh que cosa.

– Oh que pequeñito es.

– Os tengo que traer el mío para que lo veáis.

En medio de la pequeña multitud, un orgulloso propietario enseña su nuevo gadget. Comprado en alguna web de nombre impronunciable. Aún a meses de distancia de empezar a dar problemas con la batería y ser relegado al mercado de Segunda Mano por la compra de algo más pequeño, más rápido. Mejor

Quizás os haga gracia. Pero un asunto muy serio. Yo lo tendría en cuenta. Una vez me dijeron aquello de «Cuando te preguntes  cual es el órgano más importante, y tú digas «El cerebro» pregúntate quién está elaborando esa respuesta«. Bien. Cuando te rías de los informáticos piensa desde dónde estás leyendo este texto. Estamos en todos los sitios.

 

Pero sí a que traigas marsmallows o nubes para acompañar. Pagafantismo, un superpoder o una supermaldición (sé la respuesta, dejadme crear duda inútil)

Tipo de varón aún más bajo que el macho alfa, por debajo del beta y del macho recela. Por encima del Forever Alone y el Pagafantismo. Tenía la necesidad de matizarlo su ubicación dentro de la cadena reproductiva. Más a menos a altura de «Oh dios mio, ¿eso es tu hijo? ¡Mátalo, mátalo!»

Ya está el puto gracioso que respondió «El hígado«.

 

Smartphones y dormir

 

Vuelta a Final Fantasy 11

Kenka es mi amigo desde hace años. Un amigo de esos a los que debo dinero. Hay gente que cree que la morosidad es un mal hábito. Al contrario. Deber dinero crea lazos fuertes. Cualquiera puede tener una amistad basada en la confianza, las buenas experiencias y la comprensión. Pero ahora pensad. Cuando todo eso se vaya a la mierda, ¿qué queda?. A Kenka y a mí siempre nos quedarán mis deudas. Amigos, las deudas sólo se van si las pagas. Yo jamás le haría a eso a nuestra amistad. Es nuestro pilar de emergencia.

– Entrari. Voy a volver a Final.

– Ni me lo mentes.

Final Fantasy 11 fue un juego que se comió cinco años de nuestras vidas. Se dice pronto. Cinco años. No es tan malo. Durante esos cinco años el juego monopoliza tus conversaciones. Usas nombres insólitos (Karababa). Hablas de estrategias (DOT). De equipaciones (Full Relic). De lugares aún más extravagantes (Aht Urgan). Después del segundo año sin follar,  te das cuenta de que sólo a el fúbol se le permite todo eso sin ser tachado de friki en este país.

– ¿Sabes? Cuando dejamos el juego, no nos despedimos de nuestros personajes.

– … – Aterrador silencio de «a mí no me vengas con mierdas de chantaje emocional»

– Además solo será un mes. Recordar todo lo bueno. Ya sabes. La gente, las quest, los sitios. Ahora somos gente respetable con vida. No vamos a dejar el trabajo por llegar a nivel 99

– ¿Y qué pasa con el dolor? ¿Y los gritos? ¿Y las ojeras? ¿Y espera ahí tres horas más a ver si aparece el monstruo? Y respetable tú, bonita.

–  So zorra metrosexual.

Kenka es listo. Pero cinco años de dolor no se borran así como así. Quizás vosotros no sepáis de que estábamos hablando. Suponed que alguien cada mañana te pega una patada en los huevos y después te da una galleta. Es probable que después de cinco años le preguntes al señor por qué te da la patada. Este te responde que por ningún motivo en particular. No tenía nada mejor que hacer, y porque le sobraban galletas en casa. Si se hubiese presentado para dártelas no plantearía un desafío. La patada es el reto.

Tú educadamente le mandas a la mierda. Te jactas de ello durante tres años «Un tío me daba patadas en los huevos para que me supiese bien el conseguir una galleta».  Un día, sin previo aviso recuerdas que las galletas eran de chocolate. La nostalgia es así. Y llamas de nuevo a ese señor, por los buenos viejos tiempos. Entonces es cuando estás vendido. Síndrome de Estocolmo o algo así.

– Vas a dejarme a mi solo bajar a los infiernos de la nostalgia

– Si. Claro.

–  Y me debes dinero.

– … Por un amigo al que le debo dinero voy a dónde sea.

Y es que las deudas unen mucho más que el honor y esas cosas. Con suerte, espero que a Kenka le den las dos patadas en los huevos mientras me como las dos galletas esta vez.

PS: Kenka me está recordando que soy celiaco y que me joda. Que cabrón más simpático.

 

Final Fantasy 11