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Gluten y Apalabrados

Me habrán quitado el gluten, pero me han regalado un tema de conversación.

Soy celiaco. Eso no me hace mejor que el resto de la población mundial. No existen grupos de autoayuda en los cuales nos reunamos y hablemos de ello. No tenemos un saludo secreto que significa «Aquellos sabores que están más allá de nuestro mal«. Bueno. Esto último sí.

Celiaquía. Si cargas con algo de por vida por lo menos hace que suene bien. Si alguien te dice «Soy intolerante al huevo» o «Soy intolerante a la lactosa» la conversación no va a dar de mucho. No puedes comer huevo. No puedes tomar leche. Punto y final. Tú en cambio dices «Soy celiaco» y tienes confundido al personal.

-Soy celiaco.

-Vaya putada.

-Si me lio con una Celia algún día puedo morir.

<Silencio>

-¿Me pasas el pan?, celiaco de mierda.

No todo es incertidumbre. La gente empatiza con la celiaquía. Se identifican de forma mental y afectiva con tu problema ya que ellos no lo sufren. Pero el desconocimiento conduce a pasillos muy cerrados de conversación. Para entendernos. Después de decir que eres celiaco es AUTOMATICO que en los próximos minutos de conversación alguien use una de las siguientes frases. O ambas.

1. Menos mal que tienes el Mercadona

2. ¿ Y qué es lo que no puedes comer?

Lo del Mercadona es inevitable. Forma parte del imaginario nacional. Es una leyenda urbana. El equivalente al perro de Ricky Martin con la niña de la mermelada. La gente no puede contener el deseo de comentarte que el tío del Mercadona tiene un hijo celiaco. Una hija celiaca. Su sobrino es celiaco. Su perro es celiaco. Es un puto clan de la intolerancia al gluten. Tu escuchas. Con estoicismo. Como esas historias que viene una y otra vez. Oyes con cariño porque ves que el rumor crece. Se hace mayor. A ti te queda claro que el Señor Mercadona está concienciado superlativo. Que no se trata de la publicidad que le hacéis gratis cuando alguien os menciona que es un impedido de la harina. Tampoco tiene que ver con el precio con el que me las cobra. El icono de la espiga tachada es el cocodrilo de Lacoste de los celiacos.

Respecto a al punto de lo que no puedo comer. Yo sigo una regla básica y elemental. Si es apetecible y tiene un aspecto cojonudo seguro que está más allá de mis posibilidades. ¿Un bizcocho? Gluten. ¿Tarta? Doble Gluten. ¿Tostada con el desayuno? TriGluten. ¿Todas esas cosas que no te gustaban antes pero que ahora te han prohibido? InfinitiGluten. Pide carne, me dicen. El cocinero añade una salsa que por supuesto contiene gluten. El gluten mantiene a los celiacos en su lugar. Y si no están las trazas. Son como los matones del gluten. Están ahí para partirte las piernas si no sabes cuál es tu lugar en el sabor.

Esto solo es un atisbo de lo mucho que puedo decir. Un día escribiré como me han tratado como un enfermo en el VIPS. Como he gastado años de mi vida aprendiendo nombres y sabores de cerveza para no poder volverlas a tomar. Como mis  amigos celebraron con birras y bocadillos la noticia de mi intolerancia o como una chica escogió un restaurante vegetariano por hacerme un favor y no conseguí hacerle entender que el gluten no crece en los filetes.

Pero no sufro. Los celiacos jamás picamos del postre de la gente a la que invitamos a cenar. Y eso ya nos hace muy populares.

 

PS: Mi texto sobre la misantropía está ahí. Mirándoos a los ojos.

Una droga