Lo dijo Johnnie Walker
Pongamos la situación. Una playa. Una botella de vino. Arena. Las playas tienen arena. La gente cuando habla de la playa te cuenta lo bueno. El olor a sal. El sol. Los amaneceres. No mencionan la puta arena. Al menos no mencionan a la arena que yo os digo. Comprendo que sentir la arena bajo tus pies es algo maravilloso. Yo me refiero a la otra arena. A la que no sabe dónde está el límite de tus pies. La que acaba en tus bolsillos. Pelo. La que está en el pezón que te vas a meter en la boca. Esa arena. Por eso siempre pido a mis amigos que me traigan una botella de arena cuando van a la playa.
– Entrari. Aquí te tengo tu botella de arena. ¿Tanto te gusta?.
– Que va. Tengo la esperanza de crear una moda. Que yo y millones de anormales vaciemos las playas de arena con este método.
No me digáis que no es brillante.
Estaba yo con una amiga bebiendo vino tinto a la tres de la madrugada. Bebíamos como personas que llegan a razonamientos correctos a través de métodos equivocados. Dos verdades universales que comparto con vosotros: «Nunca os fiéis de alguien que diga que no bebe » y «Una botella vacía está llena de anécdotas».
La gente que no bebe no puede participar en esas conversaciones que contienen frases como «Iba tan pedo…» o «Esto que os cuento me lo han contado a mí, porque yo no recuerdo nada». Sentencias tan antiguas como la humanidad. El alcohol discrimina sobre los recuerdos. Nos protege. Las lagunas son lugares de la mente que atravesamos y de los que sólo recordamos sus orillas.
La memoria funciona así. Supón una noche. Supón tú y cinco amigos bebiendo. Tarde o temprano alguna de esas noches se os va de las manos. Hay una copa a partir de la cual todo es más borroso. Menos lineal. Mucho más social. Tan social, que hay días siguientes con reuniones de emergencia que se asemejan al CSI. Reconstruyendo lo vivido con una cerveza como si no se hubiese arrancado ninguna lección al día anterior. Experimentando esa rara sensación de no poder recordar lo que hiciste pero si en cambio lo que hicieron los demás. Momentos como «baile sexy en tarima«, «equilibrio errado sobre acera» o «despertar matutino junto a desconocida» no se pierden gracias a eso. El alcohol evita el ridículo propio a costa del ajeno. El alcohol es un destilado del alma humana.
Un destilado del alma. En el latín destillāre: «Separar por medio del calor una sustancia volátil de otras que lo son menos» Todos sabemos que el fuego lo purifica todo. Desde el más insulso garrafón hasta la mejor de las ginebras, ahí queda nuestro yo más puro. Privados de la vergüenza, del criterio y por supuesto del equilibrio. No respondo de la resaca del día siguiente
– Ayer me dijiste que llamarías.
– No fui yo. Lo dijo Johnnie Walker
Por eso nunca digáis que no bebéis. No beber significa no ser de fiar. Significa que solo te quedan anécdotas normales. Que además las recuerdas. Recordar toda la vida a veces es una carga demasiado pesada sin poder comprobar si flota en unos rusos blancos, o una botella de vino en una playa. Y no me vengáis con apologías de alcoholismo. Hasta para eso hay que tener clase. Que se lo digan a Hemingway o a Bukowski.
La vida es más soportable con lagunas, mares y océanos. No va a ser todo continentes