Todo está conectado
Dos tazas en una mesa del café Acuarela en Chueca. En su interior las conversaciones fluyen sordas. Difíciles. Secretas. Pequeños universos. Islas de madera con cuatro patas cuyo censo es de dos personas. Miro sus pequeñas vidas a través del prisma de mi imaginación. «A esta la están dejando». «A este se le ha muerto el padre». «Esos se acaban de conocer». Miro desde lejos los problemas de sus países mientras ignoro el mío. Mi mesa limita con la del padre y con la que acaban de dejar.
– Todo está conectado – pienso.
Miro a mi mesa cuando el chico que nos trae los cafés pregunta si leche fría o caliente.
– Caliente – digo. – Siempre caliente.
La leche caliente contiene dentro de sí misma la posibilidad de ser templada y fría. Caliente. Poder ser todo lo que uno quiera. Si te arrepientes de ser templado sólo podrás aspirar a frio. Si ya eres frio, las cosas son mucho más difíciles desde ahí.
– Todo está conectado – pienso.
En mi isla hay dos cafés. Tú sentada enfrente. Dos cafés marcando nuestras fronteras. Nuestro pequeño atolón partido en dos. Yo me doy cuenta. Veo esa tierra de nadie que hay entre nuestras tazas. Que nos separa. Pero veo más allá. Miro debajo. Miro a la madera sobre la que descansan los platos de nuestras tazas de loza. Miro al suelo que sujeta la mesa. El suelo sobre el que descansa mi silla y tu banco. El suelo que sostiene el resto de ínsulas de la cafetería. Todas con sus vidas tan similares o diferentes a las nuestras. Lejos y cerca. Todos sobre el mismo suelo.
– Todo está conectado – pienso.
Me hablas de la vida. De cómo las cosas cambian. De nosotros siento tú y yo ahora . En tu boca la frontera de nuestras tazas. Nuestra afinidad en fracciones idénticas individuales.
Yo hablo de la mesa. Yo hablo del suelo. Tú, de pagar a medias. De los libros que aún tienes que son míos y que no pienso pedirte. De tu ropa perdida en mis cajones que no quieres que te devuelva. Repartes recuerdos, pero yo no sé con qué mitad quedarme, con la mía, o con la que me dejas.
– Todo está conectado – pienso.
Entre nuestras tazas una cuenta. Dos veinte más la propina. Miro a «Esos se acaban de conocer«. Me pregunto cómo de lejos les quedamos. Cuántos cafés es la distancia que hay de su mesa a la nuestra. Perdón. La mía. Mía. Mi media mesa. Con sus dos patas sobre su medio suelo. En la mitad de esta cafetería. Partiendo Chueca. Madrid en dos fracciones.
Porque esa cuenta es lo último de los dos. Y cuando pagamos, lo último de cada uno.
– Todo está conectado.