Ojos en el espejo
Un bar. Una mesa de mármol. Un café. Un cigarro que aún se consume en el cenicero. Es uno de esos modernos recipientes para la ceniza que ahora todos los bares tienen. Blanco cerámica, con una abertura que da una cavidad llena de agua. Me entretengo en pensar en ese minúsculo lago de agua y nicotina. En esas colillas ahogadas. Quizás las ahogamos porque el humo que resta a lo que fue cigarro nos recuerda que somos presos de un vicio. Mi cigarro se merece más. No quiero fumar, pero voy a dejar que se apague solo. Sigo leyendo a Murakami.
– ¿Y bien? – Una mujer de cabello azabache y grandes ojos me mira fijamente. Mis entrañas me dicen que nos conocemos. No sé si puedo tutearla. Por el tono con el que me habla creo que puedo arriesgarme. Pero no lo sé. Conozco esa mirada. Esos ojos. Sé que los conozco. Pero hago lo que me dijo el médico
Le explico mi problema. Que ha de contarme de qué estábamos hablando. Que ha de mirarme a los ojos. – Ya lo sé – Responde – Quiero saber por qué ya no dibujas – dice a continuación. Sus ojos están clavados en los míos.
Hace unos meses sufrí un grave accidente de coche. Cuando me miro en el espejo hay una fea cicatriz en el lado derecho de mi cabeza y por eso sé que es verdad. Si me hubieran dicho que un piano se desplomó encima mío les hubiera creído. Pero es poco probable. Si por las carreteras fuesen transitadas por largos pianos de cola en lugar de coches no hubiera sido tan descabellado. Yo no recuerdo nada. Ni mi vida anterior al accidente. Todo son huecos que invento o que creo que a veces reconozco. Sé que me gusta fumar. Ahora sé que me gusta ver como se apaga el cigarro. Y sé que amo como escribe Murakami. Así se llena una memoria.
Un bar. Una mesa de mármol. Un café. Realizo dibujos cuando la cuchara rompe la crema. Líneas que albergan el deseo de ser figuras en manos más hábiles. Pero a mí solo me salen remolinos. Forma parte del ritual del café. Y los sorbos largos. Y la tristeza de saber que cuando un café se acaba puede seguirle otro, pero será diferente.
– Te he traído unos papeles y unos lápices – Unos ojos negros se clavan en los míos. Alrededor de ellos se forma una cara. Un pelo oscuro. Miro a la persona que rodea a los ojos de forma periférica, pero procuro no mirar lo que me deja. Si pierdo esos ojos no sabré que lo que me está dando es para mí.
Le cuento que me perdone pero no puedo recordar. Que si acaba de llegar se sienta libre de pedir un café conmigo. Fuma. – El médico ha dicho que has de hacer cosas que te son familiares – Habla con suavidad. Ha de mirarme fijamente a los ojos. Yo evito mirar sus labios. Me fijo en las formas de su iris. En su pupila. En que usa lentillas. Me fijo muy rápido en el papel y en el lápiz. Es un papel maravilloso. Blanco como la nieve. Un lápiz de madera. Son míos.
Lleno mi vida de objetos y de sentimientos porque en esta nueva vida no cabe la gente. No solo perdí la memoria. La gente solo existe en mi mundo cuando sus ojos se cruzan con los míos. Si no es así, simplemente no están. Puedo caminar por la calle y mi cuerpo les va esquivando sin que yo sepa jamás de esa gente. Si les conozco. Si uno de ellos es mi hermano, padre, madre, amante o amigo. Mi cuerpo les ve pero no mi cabeza. Pero todo cambia cuando sus ojos se cruzan con los míos. Aparecen. Están ahí. Hasta que dejamos de mirarnos. Y entonces les olvido porque dejan de existir. No se busca lo que se olvida. Soy la última persona de un mundo que habita en mi cabeza. A veces me llegan recuerdos nuevos. Por eso sé que me pasa esto. Quizás no me lo dijo un médico, pero he decidido que lo voy a recordar así, es más fácil de explicar.
Un bar. Una mesa de mármol. Un café a la mitad. Y una hoja con un lápiz. No sé por qué me pongo a dibujar. Me gusta. Pienso en las cosas que me son agradables. Cavilo que algunos pensamientos son más grandes que los huecos de ese colador que es mi memoria y que por ello algunos recuerdos se van a quedar conmigo para siempre.
Dibujo, sin saber por qué, unos ojos negros.
PS: Gracias a Miakkes que ha hecho el montaje de los iconos de la tira. Eres la más mejor